LOS TRENES DEL PASADO
En algunos
días de aquella primavera
nos sentábamos
en la tapia
y dejábamos
que los pies nos colgaran.
Los talones
golpeaban contra el muro de amapolas
cuando el tren
aparecía y silbaba
goteando
abril.
Un vapor denso
resbalaba por
los cristales apagados
como si los
vagones respiraran.
Otros días nos
sentábamos en el banco del andén
para estar más
cerca. Veíamos las urnas
y las cajas de
madera como si fuesen pergaminos
en espera de
los hombres con sueño y amor.
Pero los
hombres viajaban dentro
durmiendo un
sueño perenne,
con brazos
amputados y heridas abiertas anilladas al sol,
con ojos
cerrados que guardaban un recuerdo lejano en la pupila
y gargantas
destrozadas con el postrero grito apagándose en la distancia.
En sus cabezas
los agujeros se habían secado con las últimas gotas de luz
de una
frontera que nunca entendieron.
Algunas veces
una puerta del tren se abría
y un hombre y
una mujer que esperaban en el andén
recibían una
caja y un saco verde,
lloraban
y abrazaban el
regalo vacío de sonrisa
mientras el
mensajero les despedía alzando su mano al sol.
Ellos ya no le
miraban ni oían sus palabras,
sus dedos
sostenían los paquetes como pétalos
y se
encaminaban con pasos débiles
hacia el
vértigo de una fosa.
Y el tren
marchaba con las sombras retenidas
de los que
siguen viaje.
Después llegó
la estación donde las flores caen y las hojas cubrían los raíles
y el tren
entraba desafiando la espera de los que esperan,
reventando en
su silbido el color tostado y los estómagos vacios
podridos de
lombrices.
Un día de
diciembre llegó la nieve
blanca y sucia
en el andén,
desde la tapia
desteñida de rojo vi a mi abuelo y a mi madre
y como una
puerta se abrió y recibieron su presente,
retuve el
temblor de sus manos,
los ojos de mi
madre eran vidrios
los de mi
abuelo blasfemias sordas, bruma acuchillando la ausencia
y el deseo.
Entonces supe
que mi padre jamás regresaría a casa.
Los años
esconden el dolor, las sombras
y me pierdo en
estaciones nuevas por las que voy deshabitándome
en busca del
viento del mundo,
hago
transbordos de un tren a otro,
de ciudad en
ciudad,
mientras
espero en el andén que una puerta se abra.
MARÍA JESÚS
SILVA GARCÍA